Expertos advierten sobre el impacto negativo en la salud mental de pasajeros y conductores, con síntomas como ansiedad y fatiga.
Fiorella forma parte de los miles de usuarios que, a diario, enfrentan una extensa espera, casi inhumana, para subir al Metropolitano, uno de los sistemas de transporte más utilizados en el Perú. Este servicio funciona bajo un sistema de buses articulados que recorren un corredor exclusivo desde Chorrillos hasta Independencia, atravesando distritos limeños clave como Barranco, Miraflores, San Isidro, Cercado de Lima y Comas. Su relevancia en la vida diaria de los limeños es tal que, pese a la congestión y las largas colas, continúa siendo la alternativa más rápida frente al tráfico caótico de la capital.
Lejos de ser una solución moderna para la ciudad, se ha convertido en una fuente constante de desgaste emocional y económico para la ciudadanía. El tiempo de espera de estas personas rondan la hora o los cuarenta minutos y su impacto en la salud mental es grande, advierten expertos.
Aforos superados, personal desbordado
Una de las principales causas de esta larga espera se enfocaría en la capacidad que tienen las estaciones. Según información de la Autoridad de Transporte Urbano (ATU), estas tienen aforos establecidos que, en teoría, deberían garantizar un flujo seguro y controlado.
La estación Matellini (Chorrillos) tiene un aforo de 1,528 personas, la Central (Cercado de Lima) de 3,321, y la más saturada, la estación Naranjal (en Independencia), puede albergar hasta 6,187 personas, según información recopilada por a La República. Sin embargo, el panorama diario muestra una realidad opuesta: el personal en las estaciones no se da abasto para controlar la marea de usuarios que entra y sale, especialmente en horas punta.
"Las colas ya no son solo largas, son violentas. La gente se empuja, grita, discute. Hay desesperación”, dice Carlos, profesor escolar y usuario del Metropolitano desde hace 3 años. “Uno siente que pierde la paciencia solo por intentar llegar a su destino”.
Un viaje que deja huella emocional
Miguel Vallejos, exdecano del Colegio de Psicólogos del Perú, ha advertido que el sistema de transporte público limeño está generando una crisis silenciosa de salud mental tras varios años de ineficacia. “Nuestro transporte, que lamentablemente no ha sido planificado, genera altos niveles de estrés”, explica. Esto se traduce en consecuencias emocionales como ansiedad, irritabilidad, fatiga crónica, trastornos del sueño e incluso una preocupante depresión que afecta al 90% de usuarios del servicio. Y si a eso se le suma los problemas en casa, la situación se agrava.
Y no solo los pasajeros están sufriendo. Los propios conductores del Metropolitano también presentan problemas de salud severos derivados de la presión laboral: lumbalgia, problemas de visión, síndrome de burnout, menciona el experto.
Carlos, que vive en Independencia y trabaja en el Cercado de Lima, recuerda haber esperado casi cincuenta para abordar un bus en la estación Naranjal. “He visto gente que casi llora y se molesta de la impaciencia. Es frustrante saber que ni siquiera puedes controlar el inicio de tu día. A veces siento que no vale la pena”, confiesa. En un día normal suele gastar más tiempo en la cola de espera, que en el propio viaje.
El estrés y la ansiedad se intensifican durante las horas punta, donde, como ya ha sido reportado, se forman filas interminables, sin personal suficiente para ordenar el ingreso y sin vehículos que suplan la demanda. La falta de buses es otro de los factores que agrava la demora y expone a miles de personas a situaciones indignas, hacinamiento y hasta acoso sexual.
Síntomas de un colapso silencioso
Vallejos ha identificado una serie de síntomas que deben ser tomados como señales de alerta: inestabilidad emocional constante, problemas de sueño, fatiga crónica o agotamiento permanente, irritabilidad en entornos familiares y laborales y desconexión emocional con las actividades diarias.
Cuando estos síntomas se presentan de forma sostenida, se puede hablar del síndrome de burnout, un estado de agotamiento físico y mental que, si no se trata, puede afectar gravemente la salud general y las relaciones personales.
A todo esto se suma un factor que duele en el bolsillo: el económico. Fiorella estima que gasta más de S/ 200 al mes en pasajes, una cifra significativa para miles de trabajadores, estudiantes y madres de familia que deben ajustar otros gastos para poder llegar a sus destinos. “A veces es como si solo trabajara para poder moverme al trabajo. Es absurdo”, afirma.
Un problema que debería ser priorizado
El psicólogo Miguel Vallejos insta al Estado a asumir este problema como una emergencia de salud pública: “Una ciudad sin movilidad digna enferma a sus ciudadanos. No podemos seguir mirando esto como un simple tema logístico”. También pide a la ciudadanía no normalizar el agotamiento ni minimizar los síntomas: “El estrés no es una moda. Es una señal de alerta del cuerpo y de la mente”, concluye.
El Metropolitano, que alguna vez fue símbolo de progreso y modernidad, hoy se ha transformado en la mayor muestra de agotamiento social. Mientras el sistema sigue colapsado y sin reformas claras, miles de ciudadanos continúan perdiendo salud, dinero y calidad de vida, día a día.
¡Sigue a La República en WhatsApp! Únete a nuestro canal desde tu celular y recibe las noticias más importantes de Perú y el mundo en tiempo real.
Fuente: La República, 27/9/25