"Un buen profesor no es simplemente alguien que explica conceptos o corrige exámenes; es alguien que cree en el potencial de sus alumnos incluso cuando ellos mismos dudan".
Hay personas que, sin buscarlo, se convierten en referentes. No lo hacen con discursos ni con gestos; lo hacen con constancia, con exigencia, con humanidad.
Un buen profesor no es simplemente alguien que explica conceptos o corrige exámenes; es alguien que cree en el potencial de sus alumnos incluso cuando ellos mismos dudan. Y cuando uno se encuentra con un profesor verdaderamente bueno, es una suerte.
Mi profesor de Economía es uno de esos raros casos.
La semana pasada, se fue del colegio y todavía no sé cómo se escribe la despedida para alguien que me ha enseñado tanto, no solo de demanda o inflación sino de la vida misma. Porque lo que aprendí en su clase va mucho más allá del contenido, aprendí a pensar, a cuestionar, a argumentar con lógica y sin miedo. Aprendí a ser rigurosa, a ser perseverante, a mantener el ritmo. Aprendí a no rendirme.
No todos los días uno encuentra a un profesor que te exige con firmeza pero también te defiende. Que no tolera la mediocridad porque sabe que puedes dar más. Que te trata como alguien capaz, incluso cuando tú solo te sientes como una alumna más. Ese tipo de confianza moldea. Ese tipo de presencia marca.
Hoy, mientras escribo esto, siento una mezcla de gratitud y vacío. Gratitud por todo lo que nos dio, por lo que nos enseñó, por la honestidad con la que se mostró. Vacío, porque sabemos que su ausencia se va a notar.
Los buenos profesores no se olvidan. Se quedan en la forma en la que nos enfrentamos, en la manera en que analizamos el mundo, en cómo defendemos nuestras ideas. Se quedan en nosotros.
Fuente: Perú 21, 16/7/25