La actitud de los seres humanos frente al oro es extraña. Químicamente, no es interesante: a duras penas reacciona con otros elementos. No obstante, de los 118 elementos de la tabla periódica, el oro es el que hemos tendido a escoger como moneda de cambio… ¿por qué?
¿Por qué no osmio o cromo o helio… o quizás seaborgio?
No soy el primero en preguntarlo, pero lo estoy haciendo desde uno de los más lugares más irresistibles para hacerse esa pregunta: la extraordinaria exposición de artefactos precolombinos del Museo Británico.
Fue ahí donde me encontré con Andrea Sella, profesor de química del University College de Londres, al lado de una exquisita pechera de oro puro martillado.
Sacó una copia de la tabla periódica. “Algunos elementos son fáciles de descartar”, me dice, haciendo un gesto hacia el lado derecho de la tabla. “Aquí tenemos los gases nobles y los halógenos. Un gas nunca va a servir como moneda. No es práctico cargar pequeñas ampollas de gas“.
“Además no tienen color: ¿cómo va a saber uno qué es?” Los dos elementos líquidos (a temperatura y presión ambiente) -mercurio y bromo- también serían poco prácticos. Además ambos son venenosos, la cual no es una cualidad que se aprecia en ningún tipo de monedas. Por la misma razón, podemos descartar el arsénico y varios otros.
MONEDAS EXPLOSIVAS
Sella desvía su atención entonces hacia el lado izquierdo de la tabla. “Podemos excluir también a la mayoría de estos elementos”, dice.
*“Los metales alcalinos y las tierras son demasiado reactivas. *Mucha gente recordará cuando en el colegio metían sodio o potasio en agua: burbujean y luego estallan, y dinero explosivo no es muy conveniente”.
Un argumento similar se aplica a otra clase entera de elementos, los radioactivos: uno no quiere dinero que le dé cáncer.
Quedan eliminados el torio, uranio y plutonio, junto con todo un bestiario de elementos creados sintéticamente -rutherfodio, seaborgio, unumpentio, einstenio- que solo pueden existir por un momento como parte de un experimento de laboratorio antes de descomponerse radioactivamente.
Y luego está el grupo llamado “tierras raras”, la mayoría son menos raras que el oro. Desafortunadamente, son difíciles de distinguir químicamente, así que uno nunca sabría qué tiene en el bolsillo.
DIMINUTAS U OXIDADAS
Eso nos deja con el área del medio de la tabla periódica, los metales transicionales y postransicionales. Este grupo de 49 elementos incluye algunos nombres conocidos, como hierro, aluminio, cobre, plomo y plata. Pero al examinarlos se evidencia que casi todos presentan serias desventajas.
Tenemos algunos elementos muy duros y durables a la izquierda: titanio y zirconio, por ejemplo. El problema es que son muy difíciles de fundir. Se necesita que la caldera alcance unos 1.000ºC antes de poder empezar a extraer estos metales de sus minerales.
El aluminio también es difícil de extraer y es demasiado endeble para usarlo en monedas. La mayoría de los otros metales en este grupo no son estables: se corroen al ser expuestos al agua o se oxidan con el aire.
El hierro, por ejemplo. En teoría parece un buen candidato a moneda. Es atractivo y se puede pulir hasta que brilla. El problema es el óxido: a menos de que uno lo mantenga completamente seco, es probable que se corroa.
Podemos excluir el plomo y el cobre por las mismas razones. Ha habido sociedades que han hecho dinero de ambos pero sus monedas no aguantaron el paso del tiempo, literalmente.
OCHO FINALISTAS
Entonces, ¿qué nos queda? De los 118 elementos nos quedamos con apenas ocho contendientes: platino, paladio, rodio, iridio, osmio y rutenio, junto con los ya familiares oro y plata.
Se les conoce como metales nobles, “nobles” porque reaccionan muy poco químicamente con otros compuestos químicos. También son muy raros, y ese es un criterio importante cuando se trata de encontrar una moneda de cambio ideal.
Incluso si el hierro no se oxidara, no sería una buena base para una moneda pues hay mucho a disposición.
Con todos los metales nobles, excepto el oro y la plata, el problema es el opuesto. Son tan escasos que habría que acuñar monedas diminutas, que se perderían con facilidad.
Además, son difíciles de extraer. El punto de fusión del platino es 1.768ºC.Eso deja sólo dos elementos: el oro y la plata.
Ambos son escasos pero no imposiblemente raros. Ambos tienen un punto de fusión relativamente bajo y por ende son fáciles de tornar en monedas, lingotes o joyas. Pero la plata se oscurece: reacciona con pequeñísimas cantidades de sulfuro en el aire. Y es por eso que valoramos particularmente al oro.
POCO INTERESANTE PERO...
Resulta que la razón por la que el oro es precioso es precisamente porque químicamente no es interesante.
El que sea relativamente inerte implica que se puede crear un elaborado jaguar dorado, como hicieron los indígenas precolombinos, y confiar en que mil años más tarde podrá exhibirse en un museo en el centro de Londres, todavía prístino.
¿Qué nos dice este proceso de eliminación elemental sobre qué hace una buena moneda? Primero, que no tiene que tener ningún valor intrínseco. Una moneda sólo tiene valor porque nosotros, como sociedad, decidimos que lo tiene.
Como vimos, también tiene que ser estable, portátil y no tóxica. Y debe ser bastante rara… muchos se sorprenderían de cuán poco oro hay en el mundo.
Si se juntara cada arete, moneda de oro, gránulos diminutos en todos las chips de las computadoras del mundo, todas las estatuas precolombinas, cada argolla de matrimonio y se fundieran, se estima que lo que quedaría es un cubo de 20 metros, más o menos.
ORO...PRECIOSO
Pero la escasez y la estabilidad no son todo. El oro tiene otra cualidad que le hace destacarse entre todos los contendientes de la tabla periódica: es dorado.
Todos los demás metales son plateados excepto el cobre y, como ya vimos, éste se corroe, tornándose verde cuando se expone a la humedad del aire. Eso hace que el oro sea distintivo.
“Ese es el otro secreto del éxito del oro como moneda”, dice Sella. “El oro es increíblemente bello”. Entonces, ¿cómo es que ya no se usa el oro como moneda?
El momento trascendental llegó en 1973, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, decidió cortar los lazos del dólar estadounidense con el oro.
Desde entonces, todas las principales monedas son fiduciarias, es decir que la ley del país dice que hay que aceptarla como pago, aunque no esté respaldada por materiales preciosos sino por una promesa.
Nixon tomó esa decisión por la simple razón de que EE.UU. estaba quedándose sin suficiente oro para respaldar todos los dólares que había impreso.
EL MOMENTO DEL ADIÓS
Y ese es el problema del oro. Su suministro no va a la par con las necesidades de la economía. El suministro de oro depende de lo que se pueda extraer de las minas.
En el siglo XVI, cuando Europa descubrió que existía Sudamérica y sus vastos depósitos, el valor del oro cayó, y por ello hubo un enorme aumento en el precio de todo lo demás.
Desde entonces, el problema ha sido típicamente el opuesto: el suministro de oro ha sido muy rígido. Por ejemplo, muchos países evitaron la Gran Depresión en los años 30 desligando sus monedas del patrón oro. Al hacerlo, quedaron en libertad de imprimir más dinero y reactivar sus economías.
La demanda de oro puede variar incontrolablemente y, con un suministro fijo, eso puede llevar a cambios igualmente incontrolables en el precio.
En el ejemplo más reciente, el precio varió de US$260 por onza troy en 2001 a US$1.921,15 en septiembre de 2011, antes de caer a US$1.230, que es el precio actual.
Ese no es el comportamiento de un valor estable. Así que, parafraseando a Winston Churchill, el oro es el peor elemento para ser moneda. Aparte de todos los demás.
Fuente: BBC Mundo / Justin Rowlatt.