Contagio masivo de sida en población loretana
Mirando desde la ondulada colina donde se asienta como a hurtadillas la ciudad de Santa María de Nieva, el paisaje fluvial es como una visión con datém: mágica y mítica: el río Marañón brama de furia listo para romper de una dentellada feroz la Cordillera Oriental abriendo el pongo de Manseriche; el Santiago lamiendo las laderas del Campankís y el Nieva, solo aparentemente apacible como los hombres y mujeres Awajún y Wampís.
En esa colina quizás solo hace algunas décadas, antes del aluvión humano que ahora es Santa María de Nieva, los pueblos Awajún y Wampís, de la familia etnolinguística Jíbaro-Jíbaro, se congregaban para invocar a Ajutap, el personaje supremo, a fin de lograr y alcanzar el Ipamamu, la fuerza colectiva, la unidad y el poder para sobrevivir y enfrentar a Iwanchi, al demonio, representado en las fuerzas que a lo largo de la historia han pretendido esclavizarlos, dominarlos, someterlos e incluso destruirlos.
EL DIABLO DE OCCIDENTE
A esa colina, ocupada ahora por la ciudad de Santa María de Nieva, la capital de la Provincia de Condorcanqui, de la Región Amazonas, ha llegado el diablo, un Iwanchi que viene de Occidente, mucho más poderoso y mortal: la enfermedad del sida que según un reciente reporte de los organismos de salud, citado por la Defensoría del Pueblo, han infectado a 289 personas en la ciudad y en toda la provincia.
Estas cifras terribles han sido confirmadas por la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) que en un documento reciente ha señalado que la tasa del VIH-Sida en la provincia de Condorcanqui es diez veces mayor que el promedio nacional.
De acuerdo al documento de la Defensoría del Pueblo, de las 289 personas con sida, solo son atendidas con tratamiento de antirretrovirales 36 personas. El resto, el 88 por ciento de los pacientes, no recibe ningún tratamiento.
LA TRAGEDIA
Uno de los motivos o causas de porqué el 88 por ciento de los enfermos se morirán irremediablemente es francamente escandaloso, inhumano, inconcebible en cualquier sociedad humana: el presidente Humala no promulga el Decreto Supremo –postergado hace 11 meses- para que se implemente la política de salud intercultural aprobada en consulta previa por pueblos andino-amazónicos.
No lo hace, seguramente presionado y aconsejado por los desenfrenados y obscenos extractivistas que le rodean y lo tienen como rehén, para que los pueblos andinos no exijan también la consulta previa e informada sobre las concesiones mineras en sus tierras y territorios. Para el presidente Humala, los pueblos andinos dejaron de ser pueblos originarios indígenas con la Reforma Agraria del general Velasco Alvarado de 1969 y para la primera dama de la nación, Nadine Herrera, un indígena con celular deja de ser indígena.
AÉNTS VERSUS APACH
Los pueblos Jíbaro-Jíbaro se autodefinen como Aénts, es decir, los hombres verdaderos. Por el contrario, los mestizos y blancos son los Apach, los de afuera. La relación entre aénts y apach ha sido tirante y hostil a lo largo de la historia.
Recién en la década de los setentas del siglo XX, luego de la rebelión del apu Samarén que arroja de la región a los últimos caucheros en 1916, hay una cierta distensión con la llegada de los primeros colonos en su mayoría andinos a la zona. Hoy la población de colonos representa casi la mitad de los más de 50 mil habitantes que tiene Condorcanqui, muchos de ellos comerciantes, extractores ilegales de madera y de oro, soldados de las guarniciones, obreros de las compañías petroleras y auríferas que, los fines de semana, transforman a Santa María de Nieva en una fiesta tropical sin límites ni restricciones.
De este encuentro – o desencuentro-han resultado los contagios del sida entre los pueblos indígenas, las fracturas y traumas culturales que han incrementado los suicidios entre los jóvenes Awajún y Wampís y otros males y exclusiones del Estado y de la civilización o la “cifilización”, como dice Paulo Freyre, de la relación entre los pueblos indígenas y Occidente.
Róger Rumrrill
Colaborador
Colaborador